Envigado Antioquia 7 de abril de 1941 – Apartadó 3 de mayo de 1973.

Hijo legítimo de Manuel Felipe Gallego Morales y Teresa Cuervo López. Bautizado a los 12 días de nacido, estudió su primaria en la Escuela Fernando Gómez de su patria chica. Siendo pobres, su hermana Ana pidió ayuda para conseguir su ajuar y don Manuel Londoño le concedió una beca para ayudarle en el pago de sus estudios. Así ingresó al colegio seminario de Santafé de Antioquia donde cursó hasta el cuarto de bachillerato (hoy noveno 1956-1959). De allí pasó al Seminario menor Santo Tomás de Aquino de Santa Rosa de Osos Antioquia donde concluyó su secundaria (1960-1961) y pasó a sus estudios de filosofía y teología (1962-1969) en el mismo establecimiento eclesiástico para ser ordenado diácono el 12 de octubre de 1969 en la Catedral Basílica de Santafé de Antioquia por monseñor Augusto Trujillo Arango. Y sólo 56 días después, El 7 de diciembre del mismo calendario, fue ungido sacerdote por monseñor Guillermo Escobar Vélez en la parroquia de Santa Gertrudis de su pueblo natal.

Así fue la gesta y fragua del hombre de Dios que regó presto con su sangre preciosa la promisoria tierra que desde hace 35 años detenta la capital de la vanguardista Diócesis de Apartadó, abanderada en la defensa, promoción y custodia de los derechos del hombre y de su dignidad.

Los hechos ocurrieron al declinar la tarde del 3 de mayo de 1973, mientras el padre Luis Aníbal atendía a la señorita Gabriela Pineda que trabajaba en la Inspección de Policía de Apartadó y a esa hora había acudido al despacho parroquial buscando consejería y absolución sacramental. Atestigua ella que al despedirse, “me devolví y le dije al padre que se me había olvidado algo para preguntarle. El padre me mandó a sentar de nuevo y cuando estábamos dialogando llegó un negro alto, acuerpado, entrando por la puerta que da de la Iglesia al Despacho Parroquial. El negro entró por la Iglesia estando la puerta del Despacho Parroquial que da a la calle, cerrada. Yo estaba sentada frente al padre Aníbal y nos separaba un escritorio, y el negro fue entrando y le dijo estas palabras al padre Aníbal Gallego. El negro lo miró detenidamente y se le acercó al padre e inmediatamente alzó la rula y le dijo: “Esto es para que respete” y cuando dijo estas palabras, le acentó (sic) la rula sobre la cabeza. Eso sonó como cuando un carnicero está desastillando un hueso.

El padre Aníbal inmediatamente cayó sobre el escritorio y luego al suelo en medio de un charco de sangre, sin decir ninguna palabra. En el escritorio quedaron partes de los sesos con cabello de la cabeza del padre.

Al ver esto tan horrendo, yo reaccioné inmediatamente y cogí al negro de la cintura y lo sacudía diciéndole: “por qué mataste al padre”, el negro me estrujó y salió nuevamente por donde había entrado. Por la Iglesia.”

La testigo, en su narración de 10 años después, describe aquellas escenas dantescas en la tarde del fatídico 3 de mayo de 1973, cuando ella, despavorida sale a la calle gritando el siniestro sacrilegio y nadie la escucha y cuando finalmente atienden su doloroso pregón, el comerciante Francisco Gómez Gómez, cerrándole el paso al asesino fue también herido siendo trasladado al hospital, junto con el moribundo santo sacerdote que expiró hacia las 7:20 de aquella noche y don Francisco se recuperó.

La pronta reacción de la Policía evitó el linchamiento del homicida de nombre Marciano Mena Rodríguez, de unos 40 años de edad y cuyos móviles quedaron en la penumbra de una certeza siendo dos las versiones.

Una, por venganza debido a que el padre le había aconsejado a su pareja, quien venía sufriendo maltrato y violencia de su parte, que lo dejara.

La otra, por problemas de tierras donadas antes por el mismo agresor a la parroquia que por entonces se llamaba Nuestra Señora del Carmen de Apartadó, que él había seguido administrando y el padre Gallego Cuervo se había negado a darle honorarios por dicha labor ya innecesaria.

El padre Luis Aníbal Gallego Cuervo había llegado, al por entonces incipiente Apartadó, nombrado Vicario Cooperador el 10 de diciembre de 1969 y el 22 de diciembre de 1971, Vicario Sustituto. Desde el 4 de octubre actuaba con nombramiento de Vicario Ecónomo allí mismo, desempeñando prácticamente labores de Cura Párroco.

Las acciones emanadas de su carismática persona hicieron de su ministerio sacerdotal una fuente inagotable de bondad pastoral que despertaron celos del párroco Javier Montoya Zuluaga, pues el padre Gallego Cuervo no bien había llegado y ya era el líder innato descubierto por la feligresía apartadoseña que sintonizaba absorta sus dos programas radiales en la emblemática emisora La Voz de Urabá de Radio Cadena Nacional (RCN) de Apartadó: “Diálogos Con Cristo” y “Senderos Del Amor” cuya “finalidad era atraer y mantener siempre reunido el Rebaño de Cristo. Estos dos programas trajeron, no sólo para Apartadó, sino para la mayoría de los campos y pueblos de la región de Urabá, excelentes resultados por la infinidad de hogares reconstruidos.”

Testimonia el padre José María Rueda Gómez, miembro actual del presbiterio de la Arquidiócesis de Santafé de Antioquia, autor del libro “Padre Anibal Gallego Cuervo, 10 Años Después (Editorial Copymundo, Medellín 1983), en el que me apoyo para hacer este relato, que los campos de Apartadó se vestían de gala para recibir al joven levita que se entregó con alma vida y sombrero a la defensa de la dignidad y de los derechos de su vulnerable feligresía.

Trabajó con tesón por la promoción del Laicado. La hoy diócesis de Apartadó está engalanada de los Colores prismáticos que dimana el todavía floreciente Movimiento Cursillos de Cristiandad que él fundara llevando a muchos laicos y laicas a la Estrella donde se hacían las conferencias para la fundación de este equipo misionero.

Su preocupación ante la orfandad de tantos niños y jóvenes privados de las oportunidades de estudio, lo hizo mendigo de su causa hasta lograr que, el Hogar Juvenil Campesino en Apartadó, fundado por el padre José Joaquín Vélez en 1967, para 1973, lo requirieran 120 niños del campo, pero pudiendo albergar sólo 70, siendo que según el mismo padre Luis Aníbal, para sólo Apartadó, se requerían por entonces 1.500 cupos. Lo que era una herida en el corazón sensible del pastor que por dos años regentara esta residencia estudiantil campesina localizada en un terreno de 28 hectáreas de tierra que se esfumaron, cual estrella fugaz, junto con tantos sueños que en esos tiempos se iban cristalizando en el pueblo al ver el entusiasmo de un ministro sagrado que no escatimaba esfuerzos pues desde niño había aprendido y durante su formación humanística y cristiana había entendido la vida como un llevar la cruz propia con alegría y sin lamentaciones, pues esto era contrario al querer del Evangelio de Jesucristo en Lc 9,23. Así lo dejó expresado en una oración que él mismo compuso, el 24 de marzo de 1962, y que fue hallada después de su muerte en uno de sus cuadernos de estudiante en el seminario menor:

“… y si Vos no me llamáis, Oh Señor, al ministerio sacerdotal, si veis que en él no habré de ser un buen sacerdote, sino por el contrario, un motivo de desedificación y de escándalo para la Iglesia, no permitáis jamás que ingrese en un estado que será mi condenación eterna. Virgen Santísima, Madre de Dios y Madre del buen consejo, haced vuestra esta mi humilde súplica y haced por vuestros méritos y por vuestra intercesión que alcance yo del Señor guiarme en todo, no según mi voluntad, sino según la suya santísima.  Da Domine ut noscam et faciam tuam voluntatem.”

Dios toma en serio los anhelos manifiestos en los años mozos. Así fraguó deseos de entrega generosa en este hombre suyo que en horas de la mañana de ese día memorable de su cruento sacrificio había expresado en Medellín a monseñor Nicolás Gaviria Pérez, por tantos años Vicario General de la Diócesis de Antioquia, “que estaba muy contento en Apartadó debido a la gran colaboración que en su parroquia le brindaban los cursillistas de Cristiandad.”

Igual que para San Pablo en Ga 2,16, la cruz para el padre Aníbal no es signo de tortura sino el símbolo extremo del amor que se entrega generoso y sin reservas. Porque “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos” de Jn 15,13. Y, según leí por ahí, “En la lengua de Homero, los dos vocablos que conforman esa palabra mágica, la definen en esencia como una relación entre dos pero sin yo. A = sin; ego = yo. O sea sin mi yo. Es decir que esta actitud que adorna una relación está desprovista de cualquier otro criterio que nos lleve a ser precavidos o previsivos.”

En la declaración de los obispos de la Provincia Eclesiástica de Medellín el 18 de mayo siguiente lo presentaron como “una clara y subyugante lección de auténtica vida sacerdotal, la existencia armoniosa, alegre y confiada, sacrificada y apostólica del padre Aníbal Gallego. Esta es una cabal y luminosa respuesta a muchos interrogantes de la sombría hora presente… trabajó como sacerdote. Amó a Cristo y a los hombres como sacerdote.”

El entonces obispo de Antioquia, monseñor Eladio Acosta Arteaga concluía su condolido mensaje con esta oración: “Que la sangre de nuestros mártires de Urabá, padre Castillo, Padre Rafael y Padre Aníbal, sea semilla fecunda de vocaciones sacerdotales y religiosas, de santidad sacerdotal y de auténtica vida cristiana para nuestra querida diócesis y para toda la Iglesia.”

Todavía perviven en Apartadó algunos de sus sueños promisorios ya cristalizados: El Banquete del Amor, edificio de tres pisos construido por el también insigne padre Fabián Urrego Rodríguez y la Catedral Santa María de La Antigua del Darién igual que la ideada por él cual respuesta idónea al incremento del pueblo católico que preveía llegar.

Murió como vivió, sirviendo, derramando misericordia instantes antes de oficiar el mismo sacrificio de Cristo por la redención del mundo, en manos de su agresor al que había, igual que después San Juan Pablo II, visitado en la cárcel y ordenado su libertad, pues había ya tratado de estrangularlo con furia, inconforme porque el padre no le pagaba la administración de unos terrenos donados por él mismo a la parroquia.

Apartadó, que se siente aún tan perturbado por este infausto crimen execrable, cada vez que se desborda el río creen que sus aguas están lavando la sangre derramada por amor.

Creen sus nobles gentes que monseñor Eladio Acosta Arteaga los maldijo. Por eso hace unos años, entrevisté a monseñor Acosta Arteaga en una visita que le hice en su casa de Medellín, sobre este delicado asunto y él me dijo: “Cómo es posible que piensen que yo voy a maldecir a un pueblo tan bueno y tan cristiano como lo es Apartadó  por culpa de un demente.”

Había surgido de un hogar donde, según el salmo 93,5, la santidad era el adorno de su casa y la piedad familiar la destilaba en su epistolario, todo un eucologio de la vida doméstica vivida cual anticipo de La Liturgia Celeste a la que tan en breve tiempo fue invitado, porque, según la explicación de un rabino a la parábola de los trabajadores de la viña (Mt 20, 1-16), en una hora hizo más y mejor que todos los otros lloriqueantes en toda la jornada.

Manuel Gregorio Paternina Álvarez, pbro del clero de la Diócesis de Apartadó