Descansa en la paz del Señor

La partida a la casa del Padre de nuestro hermano sacerdote el Pbro. Joaquín Emilio Alcaraz David, despertó en todos, además de la tristeza, una profunda gratitud que se ha visto reflejada en los escritos que muchos sacerdotes nos han enviado. Aquí en su memoria le honramos publicando estas hermosas reflexiones, salidas de las almas agradecidas de quienes le quisimos como Padre y Pastor.

P. JOAQUÍN EMILIO ALCARAZ DAVID

Fue de los seminaristas que reabrieron el Seminario Mayor de nuestra Arquidiócesis en 1981.
Allí lo tuve como alumno entre 1982 y 1985. Ordenado por Mons. Eladio Acosta A. el 8 diciembre de 1987. Formador del Seminario Menor de Canasgordas. Cuando se creó la diócesis de Apartadó, Mons. Eladio le pidió que se fuera para esa Iglesia particular; obedeció con cierto pesar, pues quería su oficio de formador.
Pero los planes de Dios son así: en la nueva Diócesis encontró amplio campo de acción, primero al lado de ese «ventarrón» que fue Mons. Isaías Duarte Cancino, ayudándole en la organización de la incipiente Curia diocesana; luego fue designado Rector del naciente Seminario Menor, en el Sinaí y luego en el bello edificio que impulsó en San Pedro de Urabá; en esta labor fue secundado por el P. Luis Alberto Goez.
Cuando fui designado Rector del Seminario Mayor «Santa María La Antigua» laboraba en la parroquia «Ecce Homo» de Turbo y me manifestó que quería estar en el Seminario, lo que acepté gustoso y fueron seis años de trabajo gratificante, como director espiritual y acompañante del grupo Introductorio.
Y su apostolado se amplió hasta la comunidad de Río Grande, entregado a sus «negritos», como los llamaba, dedicándoles, incluso, el tiempo de su descanso.
Para mí fue un ejemplo de dedicación, de entrega, de sacrificio… Fue un sacerdote según el Corazón de Dios.
Desde el cielo siga acompañando a la querida Iglesia de Apartadó y consiga del Dueño de la Mies muchos operarios, con su misma entrega y generosidad.

Por: Pbro. Carlos Enrique Bedoya, Arquidiócesis de Santa Fe de Antioquia

“QUIEN TIENE RESUELTO EL PROBLEMA DE LA MUERTE PUEDE VIVIR A PLENITUD EL REGALO MARAVILLOSO DE LA VIDA”

Homilia de la Eucaristía Exequial del Pbro. Joaquín Emilio Alcaraz David, Catedral Nuestra Señora del Carmen. Apartadó

Todo parece indicar que tenemos una hora. Jesús mismo era consciente de esta realidad y la tuvo muy presente. En Jn 2 en las bodas de Canaa le dice a su madre: “Todavía no ha llegado mi hora”. Y todavía no había llegado su hora, porque apenas empezaba a vivir su vida pública, y apenas su vida empezaba a ser esperanza y servicio para la humanidad. Hasta ese momento, el proyecto de Dios en su vida estaba en ciernes. Pero más adelante nos dice el mismo evangelista que cuando Jesús está “ad portas” de su pasión, cuando ya su vida se había desgastado en el amor y el servicio. Y estando a punto de culminar su vida haciendo de ella una ofrenda de amor entregada hasta el extremo, exclamó: “Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu hijo, para que tu hijo te glorifique a ti”.

Estamos celebrando la hora. La hora de nuestro querido hermano, padre y pastor Joaquín Emilio Alcaraz David. Hubo momentos en los cuales su vida se disminuía por las enfermedades y las dolencias y cuando pensábamos que ya era su hora, no era la hora de Dios. Entonces, el Dios de nuestra vida que siempre lo acompaño y al cual nuestro hermano siempre estuvo unido, lo levantaba de su lecho y le imprimía fuerzas para que como una especie eucarística se siguiera partiendo y repartiendo amando y sirviendo como siempre lo supo hacer.  Pero anoche cuando todavía no había terminado el día y cuando como católicos celebrábamos la memoria de Nuestra Señora de Lourdes y con ella la jornada mundial de los enfermos, le llegó la verdadera hora. La hora de Dios, La hora de dar el salto de este mundo a las moradas eternas.

San Pablo nos dice en una de sus cartas: “Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos (Rm 14, 8)

El cristiano no muere solo, el cristiano muere con Cristo y prendido de la mano gloriosa de Cristo atraviesa el umbral de la muerte para experimentar una vida en abundancia que solamente Dios en su Hijo Jesucristo puede ofrecer. Feliz viaje Padre Joaquín, estas donde mereces estar, hombres como usted merecen vivir para siempre por eso Dios lo rescató y lo llevó a su seno  donde la muerte no tiene ningún argumento ni ningún alcance.

Los libros sapienciales tienen un texto que en este preciso instante quisiera evocar: “Hay quienes pasan por este mundo y mueren como si nunca hubieran vivido. Y hay otros cuya memoria perdura de generación en generación”. El padre Joaquín hace parte del segundo grupo. De aquellos cuya memoria perdura de generación en generación. Nunca vamos a olvidar su amor a la Iglesia y a este querido y amado pueblo que peregrina en el Urabá – Darién al cual consagró gran parte de sus 35 años de vida sacerdotal. Urabá lo recordará como el gran confesor que fue. El Padre que con amor y paciencia siempre tuvo tiempo para atender y dispensar amor y misericordia desde este sagrado sacramento a quien lo buscó movido y agobiado por los implacables de la vida. Sus confesiones, lo digo por experiencia nunca fueron lugares de torturas sino espacios para la experiencia y el encuentro con un Dios compasivo y misericordioso. Fue grande su desvelo pastoral por las parroquias donde trabajó, pero no se podía ocultar su debilidad por Rio Grande comunidad al cual sirvió hasta que sus fuerzas lo acompañaron. Gracias pueblo de Rio Grande por tanto amor con nuestro hermano sacerdote.

Fue grande y admirable el aporte pastoral que le hizo a la Iglesia diocesana desde los seminarios. Primero en el menor y después en el mayor. Un gran número de sacerdotes que hoy estamos en ejercicio y otros que ya no están, tuvimos la gracia de ser sus discípulos. Nunca olvidaremos sus sabios consejos en la dirección espiritual, su amor por la liturgia y sus clases de espiritualidad donde evidenciaba una gran fascinación por la vida de los santos. Santos que conoció por los libros y que ahora tiene la gracia de verlos cara a cara en el cielo. Su integridad sacerdotal siempre será un gran referente para quienes fuimos tatuado con la huella de sus enseñanzas.

Querida familia del Padre Joaquín Emilio, la Iglesia diocesana junto con su presbiterio se goza en el Señor que de sus entrañas Dios haya sacado un gran hijo y hermano sacerdote para su gloria y servicio. Gracias por permitir su entrega con un espíritu generoso. Gracias porque ustedes comprendieron que el hijo o el hermano que se le ofrenda a Dios, es el hijo que mas seguro se tiene. Nos unimos a ustedes y a todos los que se sienten afectados por su partida. Y sabiendo que la   esperanza en la resurrección es más grande que la inevitable tristeza, a Dios le decimos con confianza: Señor, usted un día nos lo presto, notros hoy con un corazón agradecido se lo devolvemos, y danos fuerza para que en todo caso se haga su voluntad y no la nuestra. Amen

Pbro. Carlos Cosme, Vicario Episcopal De Pastoral, Diócesis de Apartadó

Padre Juaco

Tus pecados, padre Juaco, tan menores que los míos, me dieron acceso incondicional a tu alma nobilísima, morada plácida de Dios mismo.
Varón místico, respirabas la armonía propia de una intensa vida espiritual, fuente inagotable de tu fisonomía sacerdotal, esa que siendo rector de nuestro seminario menor de San Pedro de Urabá, te torturaba siempre que se debía proceder, por disciplina académica sobre la permanencia de un alumno de nuestro plantel. Inagotable en las miras posibles de alternativas favorables al estudiante, nunca aceptaste que se hubieran agotado los recursos pedagógicos para tener que decirle adiós.
Mientras pasaba la pandemia estuviste navegando las esferas de la Ascética y la Mística en el clásico manual de la vieja espiritualidad sacerdotal que me pediste prestado para profundizar en las metodologías conducentes a la Unión con Dios, al estilo de San Juan de la Cruz y de los grandes maestros del Siglo de Oro Español y de la Escuela Francesa de la Espiritualidad Cristiana.
A tus padres les dijeron que tu existencia sería efímera por la enfermedad congénita con que viniste al mundo, dolencia degenerativa que empleaste desde el uso de razón para cultivar, cual nadie más, la eximia oportunidad de ser humilde. Al irte orondo a la Casa Paterna, desmintiendo el pronóstico clínico, contabas con 75 abriles, la mayoría de los cuales fueron sirviendo a Cristo en la Iglesia con ánimo fervoroso y corazón ardiente para lo que contra viento y marea, te preparaste en el legendario Seminario Mayor Santo Tomás de Aquino, gracias a la bondadosa acogida de monseñor Eladio Acosta Arteaga, por intermedio del padre Hernando Hoyos que bien conocía tu adorable familia en el todavía incipiente Apartadó.
Ayer, 11 de febrero de 2022, día de Nuestra Señora de Lourdes, a la hora en que la Iglesia desgrana al última oración litúrgica de la noche, llevaste anclas hacia la Patria de la Eterna Luz, para oficiar la Perenne Eucaristía de la Jerusalén Celeste, donde se vive de amor, y de la que tu vida fue siempre un sacrificio oficiado con gozo, viviendo cada día ordinario de manera extraordinaria, la nota característica del verdadero martirio.
Nos dejas un legado testimonial, toda una antología bíblica y un acervo del tesoro de la Salvación vivido de modo admirable porque bebías, desde tu propio pozo, surtido de las fuentes del Depósito de la Fe.
Privilegio único fue haber compartido contigo las faenas de la formación de los jóvenes, que según monseñor Isaías, nuestro fundador, eran el futuro de la diócesis naciente, para lo cual nos regíamos por los parámetros trazados por él: formar al hombre de donde sale el ciudadano sobre el que se fraguará el sacerdote requerido en los tiempos actuales.
Cerrado el claustro levítico, seguiste enseñando en el Seminario Mayor Santa María de la Antigua del Darién. También prestaste tus servicios, por breve tiempo, en la curia diocesana. Pero fue en el Centro de Culto de Riogrande, vía Apartadó – Turbo, donde mejor mostraste tu caridad pastoral hacia el Pueblo. Allí dejaste, tal se reza en un himno de la Liturgia de Las Horas, «Pedazos de tu alma enamorada.»
Transcribiendo el sentir de mi corazón compungido, sintiendo cómo subes de este valle de lágrimas al Paraíso, en medio de un ambiente espléndido de la mañana siguiente a tu partida, me vienen los versos de Julio Flórez en Apoteosis:
«… Si tú moriste,
el Cielo no es un mito, el Cielo existe,
y hacia él alzaste, al expirar, tu vuelo.
No se concibe el sol sin sus fulgores;
no se concibe el huerto sin sus flores;
no se concibe el ángel sin el cielo.
Allá te veo; allá miro tus huellas
como un surco formado por estrellas;
allá te miro con tus mismas galas.
Quizás por eso, alegres los querubes,
barrieron los encajes de las nubes
con los blancos plumones de sus alas.»
Por: Pbro. Gregorio Paternina, Diócesis de Apartadó

UN ADIÓS CON CORAZÓN DIOCESANO

Relato de las Exequias del Padre Joaquín

La Catedral Nuestra Señora del Carmen tenía sus puertas abiertas desde las 2 de la tarde, un sol abrazador de esos que saben acariciar el Urabá no fue impedimento para que desde las 2:30pm el Templo madre de la Diócesis estuviese ya bastante lleno, se habían reunido personas de muchos lugares de la Diócesis para acompañar al Padre Joaquín en su paso a la casa de Dios Padre. En la sacristía se iban reuniendo los sacerdotes, también venidos de muchas partes, y en sus conversaciones expresaban su gratitud con el Padre, Amigo, Hermano, que fue el Padre Joaquín.

A la puerta de la Catedral llegó el cortejo fúnebre cuando aún faltaban 15 minutos para la Eucaristía, para ese momento el Templo estaba casi lleno. El Pbro. Leónidas Moreno salió para presidir las exequias acompañado de los sacerdotes, diácono y seminaristas. Una Eucaristía sentida, con los corazones unidos al unísono en una sinfonía de gratitud a Dios por el ministerio, la vida y la obra del Padre Joaquín Emilio.

Finalizada la Eucaristía, “la caminata” fúnebre salió de la Catedral, fieles, sacerdotes, seminaristas y religiosas, acompañaron a paso lento y constante a quien en vida anduvo a todo lugar con prontitud y diligencia, al pastor que siempre buscó a sus ovejas. Mientras se encoraba el Santo Rosario, la caminata llegó al cementerio de Apartadó, allí el Pbro. Felipe Carlos realizó con devoción y solemnidad la liturgia de bendición del sepulcro y la inhumación del cuerpo del Padre Joaquín. Levantada la tapa del féretro, niños, jóvenes y adultos, se acercaron para ver por última vez el rostro del “Padre Juaco”. Algunos familiares y amigos de la comunidad de Rio Grande se tomaron el micrófono y con valentía expresaron palabras de gratitud. En paz y oración, y con algunas lágrimas, se enmarcó el momento en que se colocó el féretro dentro de la tumba. ¡Descansa en Paz Padre Joaquín!

Por: Diego A. López, Delegación Diocesana de Medios de Comunicación.

Fotografías: Lucelly Pérez Estrada