Alessandro Di Bussolo – Ciudad del Vaticano
La sorpresa al final de la misa jubilar por los enfermos y el mundo sanitario es la llegada del Papa Francisco a la plaza de San Pedro. En silla de ruedas, acompañado por su enfermero personal, que lo lleva hasta el altar, donde, tras la bendición final del celebrante, el arzobispo Fisichella, pronuncia un breve saludo: «¡Feliz domingo a todos, muchas gracias!». En medio de la emoción de todos los presentes en la Plaza, los lectores transmitieron a continuación su mensaje de acción de gracias. Francisco saluda «con afecto a todos los que han participado en esta celebración y agradece de corazón las oraciones elevadas a Dios por su salud, deseando que la peregrinación jubilar sea rica en frutos». A continuación imparte la Bendición Apostólica, que extiende «a los seres queridos, a los enfermos y a los que sufren, así como a todos los fieles reunidos hoy aquí». Antes de dirigirse hacia el altar en la explanada de la plaza de San Pedro, informa la Oficina de Prensa vaticana, el Pontífice recibió el Sacramento de la Reconciliación en la Basílica de San Pedro, se recogió en oración y atravesó la Puerta Santa.
Comparto con ustedes la experiencia de depender de los demás
El Papa convaleciente en la Casa Santa Marta comparte mucho con los veinte mil peregrinos, muchos de ellos enfermos, reunidos en la Plaza de San Pedro para la Misa jubilar por los enfermos y el mundo de la sanidad. Y lo confiesa en su homilía, leída para él por su delegado, el arzobispo Rino Fisichella, pro-prefecto de la Sección para las Cuestiones Fundamentales de la Evangelización en el Mundo del Dicasterio para la Evangelización. Fisichella, antes de la lectura, subraya cómo a pocos metros de nosotros, el Papa Francisco «está particularmente cerca de nosotros, y participa, como tantos enfermos, en esta Eucaristía a través de la televisión». El Pontífice, en el texto, comparte «la experiencia de la enfermedad, de sentirnos débiles, de depender de los demás para muchas cosas, de tener necesidad de apoyo».
No es siempre fácil, pero es una escuela en la que aprendemos cada día a amar y a dejarnos amar, sin pretender y sin rechazar, sin lamentar y sin desesperar, agradecidos a Dios y a los hermanos por el bien que recibimos, abandonados y confiados en lo que todavía está por venir.

En la prueba de la enfermedad Dios no nos deja solos
Y ciertamente, comenta Francisco, “ciertamente la enfermedad es una de las pruebas más difíciles y duras de la vida, en la que percibimos nuestra fragilidad. Esta puede llegar a hacernos sentir como el pueblo en el exilio, o como la mujer del Evangelio, privados de esperanza en el futuro. Pero no es así”.
Incluso en estos momentos, Dios no nos deja solos y, si nos abandonamos en Él, precisamente allí donde nuestras fuerzas decaen, podemos experimentar el consuelo de su presencia.

El lecho de un enfermo, lugar sagrado
El Señor mismo, hecho hombre, «quiso compartir en todo nuestra debilidad», y por eso a Él “le podemos presentar y confiar nuestro dolor, seguros de encontrar compasión, cercanía y ternura”. Y además, subraya el Pontífice en su texto, “en su amor confiado, Él quiere comprometernos para que también nosotros podamos ser ‘ángeles’ los unos para los otros, mensajeros de su presencia”. De modo que, a menudo, “sea para quien sufre, sea para quien asiste, el lecho de un enfermo se puede transformar en un “lugar sagrado” de salvación y redención”.
Entibiar el corazón con la compasión
Dirigiéndose a médicos, enfermeros y miembros del personal sanitario, el Papa les recuerda, en palabras de la Bula de Indicción del Jubileo Spes non confundit, que mientras atienden a sus pacientes, especialmente a los más frágiles, el Señor les ofrece la oportunidad de renovar continuamente su vida, nutriéndola de gratitud, de misericordia y de esperanza.

Permitan que la presencia de los enfermos entre como un don en su existencia, para curar sus corazones, purificándolos de todo lo que no es caridad y calentándolos con el fuego ardiente y dulce de la compasión.
Sociedad que no acepta a los que sufren es inhumana
Al concluir el texto de su homilía, el Papa recordó que su predecesor Benedicto XVI, “ que nos dio un hermoso testimonio de serenidad en el tiempo de su enfermedad”, escribió en su encíclica Spe salvi que “la grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento” y que “una sociedad que no logra aceptar a los que sufren […] es una sociedad cruel e inhumana”. Porque “afrontar juntos el sufrimiento nos hace más humanos y compartir el dolor es una etapa importante de todo camino hacia la santidad”.
Queridos amigos, no releguemos al que es frágil, alejándolo de nuestra vida, como lamentablemente vemos que a veces suele hacer hoy un cierto tipo de mentalidad, no apartemos el dolor de nuestros ambientes. Hagamos más bien de ello una ocasión para crecer juntos, para cultivar la esperanza gracias al amor que Dios ha derramado, Él primero, en nuestros corazones y que, más allá de todo, es lo que permanece para siempre.
info: https://www.vaticannews.va/es/papa/news/2025-04/papa-francisco-jubileo-enfermos-homilia.html