Como amigo personal del papa Francisco, monseñor Luis Mariano Montemayor llegó hace nueve meses con el encargo de apoyar la búsqueda de la paz en Colombia. Defiende el Acuerdo Final firmado con las Farc, condena los falsos positivos, le pide al Eln que deje de secuestrar y reclutar a menores de edad, y hace un llamado a sus obispos para que apoyen a los excombatientes de las Farc.

Su vida ha estado signada por la turbulencia política. Luis Mariano Montemayor nació en Buenos Aires, Argentina, en 1956 -justo cuando terminaba el gobierno de Juan Domingo Perón-, en el seno de una familia que formó parte de la resistencia civil al régimen peronista. Y después de vivir una infancia itinerante por cuenta de su papá, que fue oficial de la Marina, entró a la Universidad Nacional a estudiar derecho. Allí, mientras trabajaba en la naciente pastoral universitaria, descubrió que quería ser sacerdote. Por ese entonces Argentina se debatía en las tensiones políticas propias del fin del gobierno de Isabelita Perón y el inicio de la dictadura militar. Esos momentos difíciles, reconoce él, maduraron su vocación sacerdotal.

Por cuenta de su tío, el sacerdote jesuita Alfredo Montemayor, conoció a Jorge Mario Bergoglio, por allá en los 90, cuando estaba recién nombrado arzobispo de Buenos Aires. Monseñor Montemayor ya estaba en el servicio diplomático del Vaticano en Etiopía, pero aun así iniciaron una amistad que se fortaleció no solo por los lazos de las familias, sino por la costumbre de hacer largas tertulias analizando “el punto de la situación” (un salpicón de política argentina e internacional, y de intríngulis de la Santa Sede). Sus conversaciones se han mantenido incluso después de que su amigo fuera elegido papa. Con el tiempo se convirtió en su hombre de confianza, al punto de encomendarle difíciles misiones, como lo hizo en el Congo y desde el pasado septiembre, en Colombia. Agudo en sus análisis, repleto de mensajes políticos y directo, como buen porteño, nos deja una conversación amena, llena de anécdotas y pocas referencias bíblicas.

¿Con qué misión lo mandó el papa Francisco a Colombia?

Le repetiré las mismas palabras que él me dijo: “Me he empeñado por la paz en Colombia y sigo empeñado en la paz de Colombia”. Ya sabe lo que tiene que hacer el nuncio en este país, mejor que hable el nuncio y no él. Esa es mi misión, venir aquí, no a decirles a los colombianos qué hacer, sino acompañarlos y ayudarlos a que encuentren el camino de consolidar la paz. El santo padre sabe que ese camino no empezó con su visita, sino que hay un antes largo y doloroso que termina en un instrumento de paz que son los Acuerdos, que gusten o no gusten, es lo que hay, fue lo que se negoció y tienen el aval de la comunidad internacional.

¿Incluido el papa?

Incluido el papa. Somos muy escuchados, no votamos en el Consejo de Seguridad de la ONU, pero tenemos derecho a exponer documentos a los miembros del Consejo. Tenemos relaciones con todos; cuando entre ellos no se hablan, todos hablan con nosotros.

Después de nueve meses en Colombia fue a visitar al papa Francisco, ¿qué le dijo?

Fui a exponerle lo que estaba haciendo y lo que pensaba hacer. Me alentó, me apoyó, me dijo que me cubriera las espaldas. Puede ver con qué precisión sigue lo que pasa aquí. Le conté que estoy visitando los espacios territoriales. De todos los aspectos que tiene el Acuerdo, para nosotros es vital que la reincorporación de los excombatientes sea exitosa; si eso fracasa, se cae la estantería del Acuerdo. Y la reincorporación no es cuestión de un sueldo y de un proyecto productivo. Ellos tienen que formar parte de la sociedad civil. Hay que hacer un acompañamiento psicológico y espiritual a los excombatientes, por eso estoy exhortando a los obispos a actuar con energía y visibilidad, ellos están en las comunidades y tienen la confianza de unos y otros.

¿Cuál fue su impresión de la visita al ETCR en Santa Lucía?

Al espacio vinieron todos, la comunidad, los excombatientes, los efectivos de la Policía, oficiales del Ejército, representantes de las Naciones Unidas, estaban de la Alcaldía y un enviado del gobernador. Los excombatientes me presentaron su proyecto productivo de café, hicieron de manera muy respetuosa sus observaciones sobre la implementación de los Acuerdos. Fue muy lindo, pasamos una hora y media juntos.

¿Por qué cree que allá, donde se vivió la guerra, se da la integración entre todos los sectores y a nivel nacional es tan difícil lograrlo?

Creo que a la dirigencia política le falta descubrir el aspecto humano del adversario. Para muchos es inaceptable que las Farc no hayan salido con grilletes y humillados. Hay que entender esas posiciones. Pero no han entendido que el dolor ha unido a unos y a otros. Uno no puede sonreírle a aquel con el cual estaba a punto de matarse, sería hipócrita. Pero muchos han combatido por un sueño o porque no tenían otra alternativa. Saber que el otro ha sufrido, que yo sufrí, pero no fui el único, es entender que la guerra es una catástrofe. Otro punto en común es el futuro, no querer eso para los que uno ama, ser capaz de decir ¡ya basta! Yo sufrí, por qué tienen que sufrir mis hijos, mis nietos, mis parientes.

Y hablando de futuro, ¿qué piensa de la posibilidad de abrir una negociación con el Eln y otros grupos, como lo piden algunos sectores?

Hay grupos con los cuales no se puede negociar. Los grupos criminales no tienen un objetivo político y hay que desarmarlos para proteger a los ciudadanos de esa violencia criminal. Es obligación del Estado y de la sociedad civil impedir que el débil sea explotado. Existe, aunque algunos lo nieguen, la violencia política, la solución política a través de la lucha armada. Con el Eln hay que negociar. Para ellos, como para las Farc, ha llegado el momento histórico, la lucha armada no tiene razón de ser. La pregunta es: ¿hasta cuándo?, ¿cuántos muertos más necesitamos antes de ponerle fin por una decisión política? Lamentablemente el Eln es complicado, tiene una estructura fragmentada, es como una federación, no tiene un liderazgo monolítico ni centralizado, eso hace difícil saber con quién se está hablando, quién está a cargo del movimiento. Y eso solo lo puede resolver el Eln. Ellos tendrán que ponerse de acuerdo y designar, en serio, quiénes son los negociadores. Por otro lado, y se los he dicho en privado, se los dije públicamente después del atentado a la Escuela de Policía y se los dije en su tierra, en Arauca, en una misa crismal: hay cosas que no pueden hacer si quieren ser reconocidos internacionalmente como parte negociadora. El DIH obliga al Eln y no hay reivindicación ideológica que los exima. Para mi sorpresa, ellos se dieron cuenta de que tienen que cambiar. Me han dicho: “Hablemos sobre la humanización del conflicto”.

¿Se refiere al secuestro?

Sí, me refiero a eso. El presidente Iván Duque lo ha puesto como precondición. Nosotros no hablamos de precondiciones, hablamos de cosas que hay que resolver. No se puede secuestrar a civiles, es un crimen de guerra. No vamos a aceptar jamás que se recluten niños para el combate. Si el Estado colombiano no encontrara la forma de castigar ese delito, entrará la Corte Penal Internacional, y yo la he visto en acción en la República Democrática del Congo. ¡Los niños no se tocan! Si siguen reclutando niños, hay que buscar la forma de liberarlos.

¿Qué otra práctica proscribe la Santa Sede?

Es muy específica del Eln, con una terminología que solo los trotskistas pueden emplear: “Limpieza social”, y me refiero a los civiles que de una u otra manera son considerados traidores o colaboradores del adversario. Cuando llegué a Arauca me dijeron que hubo 50 asesinatos en tres meses, y para mí es más grave eso que volar el oleoducto. ¿Cómo me pueden pedir que interese al santo padre en una negociación si hay estos métodos de lucha? Necesitamos gestos claros.

¿Usted tiene contactos directos con delegados del Eln?

No tengo empacho en decirlo, porque se lo he dicho al presidente de la República: nosotros mantenemos contactos abiertos con el Eln, incluso por razones humanitarias. De hecho, son mis obispos los que, cuando hay que entregar secuestrados o prisioneros o heridos, intervienen como garantes. Además, porque ellos mismos han buscado el contacto con la Santa Sede.y no es solo en La Habana. El Eln tiene una particularidad, incluso, más que las Farc: tiene una ideología muy profunda. Es un movimiento ideológico que tiene un foco en la sociedad civil, en las organizaciones. Y lo tiene en ciertos sectores culturales afines en Europa.

Y una gran influencia de la teología de la liberación…

En parte, ellos han ido evolucionando. A mí me dicen los expertos que están los píos y los impíos. Los píos son los que están más ligados a la vieja teología de la liberación, así que mantienen ese carácter hasta yihadista, si se puede decir. Y otros no; se identifican con una lucha más trotskista. Cuando el Santo Padre me envió aquí y hablábamos del Eln, le dije: «¿Pero usted se acuerda que estos son casi trotskistas? Me respondió: «Ve y haces lo que puedas».

¿Cree que está perdida la llave para que Gobierno y Eln se sienten a dialogar?

Esa es una cuestión diplomática. Y las cuestiones diplomáticas no son en blanco y negro. El arte de la diplomacia es entender la necesidad y la dificultad del otro. ¿Usted cree que el presidente Duque podía permitir a la delegación de La Habana entrar en territorio colombiano un día después de que matan a 23 cadetes? La opinión pública colombiana lo hubiera crucificado. Eso no se podía hacer. El tema es encontrar una solución, porque era una delegación negociadora y estaba protegida por unos protocolos reconocidos por la comunidad internacional. Eso no se puede negar. Mi modesta opinión, en su momento, fue que encontráramos un tercer país, que no fuera Venezuela.

Era necesario comprender la posición de Cuba, comprender la posición de los países garantes y buscar una solución para salir del fracaso de las negociaciones en La Habana. Había que darle una mano a Cuba, que no merecía ser castigada, ya que estaba tratando de ayudar a Colombia, como ya lo había hecho con las Farc. La iglesia católica no ha sido tierna con el régimen de Castro ni Castro con nosotros, pero nos hemos puesto de acuerdo en la transición que todavía sigue. Y fue decisiva la participación de Castro sobre las Farc para que aceptasen negociar.

¿Usted podría ser un facilitador para este diálogo entre Gobierno y Eln?

Podría ser. Y estamos muy dispuestos a hacerlo. El presidente Duque sabe que cuenta con nosotros y la Santa Sede. De hecho, él confía en nosotros. Y nosotros queremos ayudarlo, porque nos interesa ayudar a Colombia. No nos interesa el tema partidista, no nos importa quién gobierna a Colombia, nos interesa el pueblo colombiano.

¿Qué posición tiene la Iglesia sobre las directrices del Ejército que, al parecer, podrían revivir los falsos positivos?

Esa es una de las peores manchas de las fuerzas de seguridad, porque no solo tenemos ejecuciones extrajudiciales, sino una mezquindad en los motivos: para ganar dinero o subir números. Pero, de algún modo, y eso hay que reconocerlo, no era parte de la doctrina militar de las Fuerzas Armadas. Lo que no puede pasar es que por falta de rigor se genere la impresión de que se vuelve a algo parecido. Esto dañaría un gran esfuerzo de las Fuerzas Armadas por recuperar su autoridad moral respecto a la población. A través del obispado castrense hemos dialogado, concienciado y ayudado a abandonar un modo de lucha que no respetaba los derechos humanos de la población civil.

¿Qué piensa de los intentos de reformar la JEP?

Que haya personas que quieran reformar la JEP es un problema político. Lo que sí tiene que quedar claro es que la JEP no es aleatoria en la estructura de los acuerdos. Se negoció durante dos años el tipo de justicia que se iba a implantar, cómo se iban a enfrentar las violaciones a los derechos humanos y los crímenes que sucedieron en la guerra. No se puede barrer debajo de la alfombra. Las víctimas no pueden aceptar una cosa así. ¿O queremos que surjan otros movimientos armados para vengar o hacer justicia? Esperemos que la JEP haga su trabajo. Y que lo haga a conciencia, porque sin eso no tendremos la reconciliación política de los colombianos.

¿Cuál es su balance después del trámite de las objeciones a la JEP en el Congreso?

Las instituciones funcionaron: el poder ejecutivo hizo lo que creyó que debía hacer y objetó; el Parlamento ejerció sus facultades soberanas y rechazó la posición del Ejecutivo, pero como hubo un problemita de matemáticas, terminamos en la Corte, que al parecer es más fuerte en matemáticas que el Senado y dijo que el presidente debía promulgar. Y el presidente aceptó esa decisión. En conclusión, no hubo caos jurídico ni colapso del sistema de derecho. Y la JEP tiene su estatuto. Al menos 2.000 militares han pedido acogerse; hay paramilitares y hay Farc. Entonces, ¿dónde está la injusticia? No es lo que muchos hubieran querido, pero es lo que tenemos y, por lo tanto, hay que aplicarlo. Lo mismo pasa con la Comisión de la Verdad, que nos obliga a todos a ver qué posición tomamos acerca del conflicto; no solo ver qué hizo el otro, sino qué hicimos todos, por acción o por omisión. Y eso es extremamente doloroso. Pero es la condición para que el cuerpo social tome una posición radical que impida que eso se repita. ¿Qué mensaje les enviaría a esos sectores que desconfían de la Comisión de la Verdad? ¿Por qué prejuzgar y anticipar qué va a decir la Comisión de la Verdad antes de que empiece su trabajo y nos muestre su primer resultado? A quienes la integran les pedí que no se preocuparan por las consecuencias políticas o jurídicas de lo que van a decir. Lo importante es que nos den la verdad, pero con un método impecable que garantice que los prejuicios ideológicos y las prevenciones caigan.

¿Qué mensaje les enviaría a esos sectores que desconfían de la Comisión de la Verdad?

¿Por qué prejuzgar y anticipar qué va a decir la Comisión de la Verdad antes de que empiece su trabajo y nos muestre su primer resultado? A quienes la integran les pedí que no se preocuparan por las consecuencias políticas o jurídicas de lo que van a decir. Lo importante es que nos den la verdad, pero con un método impecable que garantice que los prejuicios ideológicos y las prevenciones caigan.

¿Por qué la paz nos divide tanto, incluso a la Iglesia?

No es la paz, son los acuerdos de paz, es decir, el instrumento. He recorrido las regiones y nadie me cuestiona el llamado a la reconciliación y el cese a la violencia. Le acepto lo de la Iglesia porque cada obispo es representante de sus comunidades y usted vio cómo Antoquia no es Nariño y cada uno reacciona desde lo que ha vivido. Pero eso no nos preocupa, sino que se pierda el horizonte. Que por discutir los Acuerdos de Paz nos olvidemos que el objetivo son la reconciliación, el cese de la violencia y construirnos un futuro juntos. Eso es lo peor de la polarización política: hacer que se pierda ese horizonte.

¿Cómo observa la situación de amenazas y asesinatos contra líderes sociales en todo el país?

Es espantoso decir que 400 líderes sociales son ejecutados. Eso destruye la imagen de Colombia, mina las posibilidades de la reconstrucción del tejido social y de la participación cívica. No existe sociedad sin líderes. La parte más débil de la Fiscalía ha sido no encontrar patrones comunes. Ellos dicen que el 45 % de los crímenes se deben a las disidencias u organizaciones criminales. Pero hay patrones: se les mata porque tratan de poner a sus comunidades fuera del negocio de la droga o porque luchan por la devolución de las tierras a los desplazados, un problema gravísimo en el país con mayor número de desplazados. Atacar a quienes son capaces de reclamar derechos que son esenciales para la convivencia civil es un crimen contra la democracia y las instituciones. Es necesario protegerlos.

Todavía se estigmatiza a quienes reclaman…

La protesta es una forma normal de la convivencia civil democrática y eso lo tenemos que aprender. Eso no quiere decir que vale todo en la protesta. Incluso yo puedo protestar contra quien protesta. En Colombia hay que aprender esa actitud inclusiva de convivir y construir futuro con quien piensa distinto.

Las luchas políticas al lado de Francisco Monseñor

Luis Mariano Montemayor es un fiel combatiente por las causas del papa, incluso antes de que este ocupara el solio de San Pedro. Se convirtió en su gran apoyo durante el fuerte enfrentamiento que Bergoglio mantuvo con el presidente Néstor Kirchner (rompieron relaciones públicamente) y luego con su esposa Cristina Fernández.

Montemayor, mientras tanto, tuvo que lidiar con la crisis en Etiopía -en plena caída del régimen de Mengistu Haile Mariam y la incertidumbre por el retiro de los cubanos- y después en Senegal con la rebelión cristiana contra los musulmanes. Por esa experiencia, ya como Francisco, su amigo Jorge Mario lo envió a República Democrática del Congo. Tenía que crear las condiciones para que pudiera visitar al país más grande de África Central, con el mayor número de católicos (casi 50 millones). El Congo intentaba superar una guerra civil que dejó más de 3,5 millones de muertos y el Vaticano se enfrentó al presidente de entonces, porque se negaba a llamar a elecciones, poniendo en riesgo la consolidación de la paz, firmada por tres grandes fuerzas militares y en la que la Iglesia tuvo gran protagonismo. Montemayor incluso tuvo que salir del país para evitar la ruptura de relaciones diplomáticas.

Vía el Espectador